“El cielo está
enladrillado ¿Quién lo desenladrillará?...”
Nadie nos advirtió
de los muros que crecían en torno al corazón. Nadie nos dijo que dolía menos
reconocer el dolor que construir unas murallas. Tantos muros he levantado y
tantos he dejado caer que ahora sin querer me nacen solos. Y me levanto en muros
llorando por dentro.
Algunas veces es
muy evidente, lo veo levantarse y una mujer en mí, esa que sabe que la vida es
más dulce y alegre cuando no me protejo, grita:
- No, por favor, otra vez no. ¡Abajo las
murallas!
Pero ahí está,
grandioso, impenetrable.
- Tranquila.- me dice.- Ya no volverán a hacerte daño.
Pero ya yo sé cómo
me gusta correr desnuda y libre por el campo con las flores colgando del pelo,
de las manos, de la sonrisa… Así que me pongo a la tarea de echarlo abajo y
siembro flores y mariposas donde ahora yacen los escombros, con la esperanza de
que no vuelva a levantarse.
Otras veces sucede
que no lo veo venir, se levanta silencioso en la espesura de la noche y hasta
me creo que estoy bien, cuando tu amor con la fuerza de un huracán me penetra
en lo más profundo y es entonces, que lo siento desplomarse dentro. Y me veo
llorando ríos de un dolor que no sabía que tenía, un dolor antiguo y lejano,
quién sabe, tal vez de otra vida.
El amor echa abajo
las fortalezas donde vivimos. Cada mirada profunda y amorosa afloja las viejas
estructuras y cuando unida a tu cuerpo me dices te quiero, puedo sentir como se
resquebraja. Por eso te pido, dímelo otra vez… con una y dos y cinco y diez grietas… siento
el muro venirse abajo. Y las aguas de la vida que estaban contenidas al otro
lado son liberadas y fluyen de nuevo alegres y juguetonas y yo parece como que lloro de placer, de contento,
de gratitud y amor, y dicha.
Si me das la mano de tatiana Rodríguez
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